CHORONÍ: un libro para leer la poesía ambientalista



La poesía salva


Espigó Lubio Cardozo entre sus poemarios aquellas composiciones líricas donde canta la memoria de los sueños de su infancia en Choroní. Eligió solamente entre sus libros de versos las odas donde cree identificar el ser de ese “valle de grandes mijaos” junto  al viejo pueblo de pocas calles pero de hermosas casas. Nació el poeta en Caracas por vicisitudes familiares, más siempre percibió el arraigamiento de su larga ascendencia en el tiempo,  de su raigal linaje en esa verde comarca. Van en esas trovas presencias humanas dignamente recordadas: su madre, doña Crucita Soto, la notable cantante de fulías por las aldeas aledañas a la Villa, Jeremías Pedraz; de una de las fundadoras del caserío  Uraca, señora María García; las lavanderas de ropa a las orillas del río; de igual modo, su padre quien se llamó Alejandro. Acompañan gratas descripciones de entrañables espacios del pequeño territorio, las playas cargadas de largo historial, los menudos puertos olvidados, el cementerio donde la fea muerte descansa al pie de unas lindas laderas tupidas de xerófitas bañadas por el oro solar, arrulladas por el lejano rumor marino; acompañan el recorrido lírico la lluvia, algunos árboles emblemáticos, el verano, la gran falena azul propia de los días estivales, en fin.

Situado en el centro norte del estado Aragua, a dos kilómetros del Mar Caribe venezolano, el gentil pueblo  de Choroní se inserta claramente en el transcurrir de la historia nacional desde sus orígenes registrables. Entre la costa, pues, y las montañas de la Cordillera, en el sector del Parque Nacional Henri Pittier, se aposenta el poblado sobre una lonja de tierra de algo menos de un kilómetro cuadrado, flanqueado  -si miramos hacia el norte- a la izquierda por la quebrada Santa Clara, a la derecha por el río Choroní. Paralelas a estas corrientes de agua se extienden dos planicies, hasta hace poco muy boscosas, frenadas por el litoral. Las cubrían haciendas de cacao y  otros sembradíos menores en simbiosis con una nutrida floresta apropiada a esos cultivos. Lamentablemente ese nicho ecológico de Choroní se desmorona con insólita rapidez, por una semioculta antropodepredación.

Choroní nunca fue una encrucijada de caminos, un pueblo de paso, sino por el contrario una estable villa de largo arraigo en la historia venezolana que se desarrolló en el centro del País. Allí, por ejemplo, se residenció en la plenitud de su existencia, con casa en el poblado y hacienda en los aledaños, el poeta José Antonio Maitín (Puerto Cabello, 1804 – Choroní, 1874), fundador del romanticismo en la poesía lírica venezolana.

Después de muchas andanzas y desventuras José Antonio Maitín al fin encontró en ese valle regado por el río Choroní la necesaria paz para poder escribir sus versos, percibió de igual modo la espontánea poesía singular, intrínseca a ese ambiente, esparcida entre la fronda, en la atmósfera, en la luminosidad celeste, en las bermejas rocas de sus litorales, en las fragantes hierbas a las orillas de la quebrada, en las flavas arenas de Playa Grande. Leyó, pues, con su talento de escritor las serenas cantigas de esas verdes estancias. Presente ello en lo mejor de sus odas. Allí también, en este “valle de grandes mijaos”, en esta alquería rodeada de selvas, nació, transcurrió la infancia y primera juventud de Laura Alvarado Cardozo, hoy Beata María de San José.

Finalmente, busca esta breve presentación, además de acompañar el poemario de Lubio Cardozo, refrescar la mirada y la memoria de los lectores entorno al tesoro histórico, artístico, ecológico, botánico, ecológico, hídrico, humano, en riesgo de una paulatina desaparición la fronda del valle de Choroní, la belleza arquitectónica del casco antiguo de la villa, de la iglesia, de la residencia cural, de sus casas, de su plaza, de su cementerio, de sus archivos locales (jefatura e iglesia); detener en lo posible la contaminación de su río, de su quebrada, y algo insoslayable: proteger la sanidad moral de sus pobladores.

Tal vez lo poemas de Lubio Cardozo, veladamente, apuntan  a ese anhelo. Porque lo afirma categóricamente el rótulo de este escrito, LA POESIA SALVA…



Lenín Cardozo Parra

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