Metaecología y su horizonte poético. Un libro donde los saberes creativos se unen para comprender y ayudar a la Naturaleza
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Introducción al libro
Si la ecología investiga la dinámica vinculación de los organismos vivos con el ámbito donde se desenvuelve su presencia, mediante disímiles perspectivas científicas coincidentes en su versión académica. En su versión social-política hizo, en la praxis de la acción, de la prédica de estos conocimientos un apostolado en la defensa real, eficientemente, de los espacios naturales del Planeta en un intento siempre desesperado por detener su deterioro por obra del factor antrópico.
Si la ecología investiga la dinámica vinculación de los organismos vivos con el ámbito donde se desenvuelve su presencia, mediante disímiles perspectivas científicas coincidentes en su versión académica. En su versión social-política hizo, en la praxis de la acción, de la prédica de estos conocimientos un apostolado en la defensa real, eficientemente, de los espacios naturales del Planeta en un intento siempre desesperado por detener su deterioro por obra del factor antrópico.
Ahora bien, antes del concepto científico de ecología, siempre ha existido en el Hemisferio Occidental, -parodiando la famosa expresión francesa: “l´ ecologie avant l´ecologie”-, un nivel de la creatividad artística donde muestra el mismo amor a la Tierra unido a la angustia por su devenir. Este estrato artístico-espiritual lleno de sentimiento ecológico (sin afán cientificista ni tampoco diatriba) lo hemos nominado METAECOLOGÍA.
Desde la poesía de Homero, en la Ilíada, en la Odisea ya se enaltecen exhaustivamente los lindos territorios, islas, regiones continentales de aquella Grecia. Heredó la civilización romana cuanto pudo del conocimiento helénico así también la filia mediante el apoyo descriptivo de la hermosura de los paisajes de la parte italiana del Imperio Romano, bastante para remover el entusiasmo del lector al recordar las Églogas, las Geórgicas de Virgilio. Desde entonces legado permanente, de la poesía lírica occidental.
Más no sólo la poesía, durante el Renacimiento europeo los grandes maestros de la pintura respaldaron con sus obras esta presencia de la naturaleza silvestre: Si observan con detenimiento sus lienzos, se percibirán al fondo detrás de los planos de las figuras centrales, encantadores panoramas de la vegetación característica, a veces con sus animales, de las respectivas jóvenes naciones de entonces. Un siglo después, testimonio de aquel fecundo verdor alrededor de las ciudades, en las telas de Watteau, de Poussin y Cruzón, este impulso con la amorosa vehemencia hasta la primera mitad del siglo veinte: la inconfundible luminosidad mediterránea del mediodía francés, junto con su flora, enriqueció con sus verdes, sus caminos, sus azules, sus violetas, sus dorados, la pintura de H. Matisse, de C. Monet y J. H. Fragonard.
Por supuesto, la música con su fuerza reveladora de las densas, crípticas, emociones del espíritu expuso con gran intensidad sobre la urdimbre de sus notas, la gracia de los ambientes naturales consubstanciados con la existencia de sus pobladores. Volvamos a oír en el recuerdo –mientras se leen estas páginas- el dulce homenaje de Vivaldi a la primavera, al verano, al otoño, al invierno (Las Cuatro Estaciones), a la Sexta Sinfonía de Beethoven, la Sinfonía Escocesa de Medelssohn, Mi País de Smetana, Finlandia de Sibelius, La Consagración de la Primavera de Stravinski, entre muchísimas otras partituras exponentes de la afectividad por las regiones naturales, por las cautivantes visiones, por los encantamientos del tercer astro del sistema solar, por su rostro más noble: la vida.
En Venezuela, tal vez ha sido en la pintura, en los libros sobre plantas y animales, por su sabiduría y propósito: La fauna descriptiva de Venezuela, de Eduardo Röhl, El Manual de plantas usuales de Venezuela de H. Pittier, los sorprendentes volúmenes sobre Hierbas y árboles venezolanos de Jesús Hoyos. En la narrativa, la poesía donde las exuberantes extensiones de la Patria, halló sus grandes divulgadores, cabales intérpretes de la beldad de su naturaleza, De la creación pictórica llegan a la memoria Armando Reverón con sus “marinas” y paisajes de la Guaira, Rafael Monasterio, Luis Alfredo López Méndez. En la narrativa el paisaje venezolano ocupa un lugar al mismo nivel de la fábula en la obra, de los personajes, de la tesis; la novela de Rómulo Gallegos lo prueba de manera fehaciente, como nadie, exaltó con un enunciación cargada de filia las grandes extensiones geográficas componentes de Venezuela: Los Llanos (Doña Bárbara, Cantaclaro), la selva (Canaima), la planicie al noroeste del Lago de Maracaibo (Sobre la misma tierra), la Cordillera de la Costa (Pobre negro), más antes de Gallegos igual trataron con discurso noble, aspectos de la superficie del país M. V. Romero García, en el siglo diecinueve con su novela Peonía; a comienzos de la centuria pasada, virtuosos en esta fortitud descriptiva a la par de salvadora, dignos representantes de la narrativa fueron L. M. Urbaneja Achelpohl (¡En este País!), Manuel Díaz Rodríguez (Ídolos rotos, Peregrina).
En la poesía ¡desde Andrés Bello hasta nuestros días! la prolija y abrumadora presencia de la poesía lírica, impide condensar los escritos recogidos sobre ese aspecto por demás innecesario que en sus libros precisamente tratan.
Entonces bien, por sobre la noble ciencia de la ecología, hay una versión artística espiritual de ese mismo amor a la Tierra junto a la inquietud por su destino. Siempre el hombre sabio ha percibido ese afecto, esa entrañable visualización del Planeta como la “makros oíkos”, la extensa casa de todos dentro de la cual cruzamos la aventura de la existencia, identificados, comprometidos, con su devenir.
Significa la poesía del entorno un intenso diálogo con el tiempo, con la eternidad metáfora envolvente de una súplica a Zeus, a Theá, Artemis, a Dea Diana, la Divina defensa silenciosa de la Tierra.
Ese horizonte artístico espiritual, pleno de pasión ecológica, la nombramos pues, METAECOLOGÍA.
Lenin Cardozo, ambientalista venezolano
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